Ayer, mientras cocinaba
a la mañana, se hizo intenso el tráfico de whatsapps. Era el primer día, y la
sensación que me quedó fue de que todos lo habían estado esperando no tanto como
un domingo, como dijo mi prima Margarita, como yo lo viví, sino como si fuese
el comienzo de algo nuevo, raro y fabuloso. Con miedo. Con ilusión. El primer
día de clases.
Innumerables memes, videítos,
audios. Fotos de cada uno en su casa. Videollamadas. ¿Escuchás los gritos? ¿Ves
las luces de colores?
Ayer a la noche los
vecinos pusieron el Himno Nacional a todo volumen. Y después aplaudieron. Y
gritaron. No lo comenté con nadie. Estaba cocinando, y aplaudí, pero desde mi
patio nomás. Niqui ladraba. Los ruidos inesperados la enojan, creo. Fue el
único intercambio humano del día para el que no necesité de una pantalla.
Uno de los chats de un
grupo de whatsapp empezó con fotos de cada uno en su casa, y estaba basado en la
serie de harapos que vestíamos. En mi caso eran harapos. Otra parecía estar en
pijama. Maggie, a mi atuendo, lo llamó pre-pijama, una noche que cayó en casa
sin avisar, cuando yo también vivía en Rodeo, con una botella de vino, y yo
recién salía de la ducha, con unas babuchas deshilachadas y una camiseta de
mangas largas de color indefinido y manchada de pintura –limpia, eso sí. Así
estaba vestida ayer. Así estoy vestida hoy. Suelo tener esta ropa para después
de bañarme y antes de acostarme. Suelo tener esta ropa para los días en que
jardineo, o pinto, o limpio la casa. Mil veces uso esta ropa. Sólo que nadie la
ve.
Una de las cosas que se
me ocurrió antes de llegar, mientras musitaba musarañas en el micro, fue que no
iba a poder ir a la peluquería a cortarme el pelo. Tenerlo corto es muy cómodo.
Pero enseguida se deforma, así que la excursión a la peluquería es mensual.
Se deforma y queda feo,
lo veo feo frente al espejo cuando me lavo la cara, cuando me maquillo para
salir al laburo, cuando me limpio la cara al volver, cuando me lavo los dientes
antes de irme a dormir. Y, sobre todo, siempre pienso, esas veces, que “se ve”
feo. Lo ven feo los demás. Esos que hay que evitar ahora.
Tampoco me teñiré las
canas. Me dije qué bien, mi pelo descansará de químicos y quizás me crezca lo
suficiente para tenerlo corto pero no tanto.
¿Cuál será el límite
entre lo veo feo y se ve feo? ¿Me gustaré a mí misma con canas y con una mata
deforme? ¿Cuánto de la mirada del otro está en mí cuando me miro al espejo?
Hoy me levanté
temprano. Pero di un par de vueltas antes de arrancar. No supe si ponerme a
leer, o jardinear, o limpiar, u ordenar, o mirar las lanas que me quedan en el
baúl.
O escribir. Una suerte
de crónica de estos días. Un poco porque lo pienso desde antes de volver, otro
poco porque Maggie quiso leer mi diario de ayer y hoy volvió sobre el tema, que
lo ponga online. Y yo pensando es mi diario. Y al mismo tiempo preguntándome
porqué no, si ya he hecho algo parecido. ¿Lo pongo en el blog, hago un blog
nuevo, lo mando por mail? Vaya uno a saber. Lo de no tener un destino preciso,
es eso lo que me da vueltas. Me gustan los destinos precisos. Soy de esas,
aunque me aburra a mí misma siéndolo.
Saqué las lanas del
baúl. Decidí qué voy a tejer. Pero por ahora tejer no es lo que quiero. Hace
demasiado calor además.
Barrí toda la casa y el
patio.
Estuve sacando yuyos y
limpiando la terraza. No sé quién le había dicho a mi padre que regar era una
actividad que te conectaba con el presente. Yo sé que jardinear me conecta con
el presente, pero eso no anula el continuo murmurar de mi cabeza.
Por suerte, los niños
de la casa de al lado gritan y juegan y yo escucho sus zambullidas en la
pileta, sus juegos con una pelota que cada tanto les devuelvo. Sus gritos, más
que sacar yuyos o regar, me conectan con el presente.
Es curioso. Desde que
compré esta casa, desde que me mudé, hay niños en la casa de al lado. Es la casa
que le provee a mi terraza una vista verde maravillosa, y un jazmín que cuando
está florecido se huele desde que entro al pasillo desde la vereda, a veces lo
siento desde mi living. No sé cómo es posible eso de que no hayan crecido. Pero
desde hace quince años esos niños juegan en la pileta, y cantan –son vecinos
cantores, con buenas voces, y afinan y todo.
Y después jugué al Tetris mientras pensaba qué escribir
y qué no (haciendo de cuenta de que pensaba qué escribir y qué no, pero se
disimula muy bien jugando al Tetris, seria la cara, concentrada en la pantalla
de mi computadora).
Y ya no quiero hacer
yoga. Pero voy a hacer hoy también. Porque me niego a enroscarme en mi cabeza.
Hoy comienza el Otoño.
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