lunes, 30 de marzo de 2020

Día 11



Ayer lo anunciaron. 14 días más. O 13. No sé bien cómo se cuenta eso. ¿13 de abril inclusive? Es decir, ¿el 13 a las 0 hs salimos en malón? ¿O el 14?

Imagino la fila india compuesta por los integrantes de las dos familias vecinas, y yo. Eso suponiendo que no nos vamos a amontonar a las 0 hs en el pasillo, empujando para abrir la puerta de calle, que abre para adentro, y masacrarnos justo ese día.

Hugo, Sandra, Violeta, Julieta, su perro León. Laura, Diego, Martín, su perro Ramón. Santos y Niqui. Así imagino el orden de la fila. Por descarte. Hugo va a ir primero, seguro, porque él es el macho del edificio y va a liderar la vanguardia. Y yo voy a ir última. Un poco por el miedo a las bacterias (en último lugar sólo me acerco por un flanco a los otros seres humanos), pero más que nada para poner cara de que no me importa tanto, de que tengo todo bajo control. Salir desesperada no contribuiría a esa imagen de mí misma.

Y entonces salimos, los ocho humanos y los tres perros que vivimos en este edificio, y en la vereda nos juntamos con los de la entrada independiente, otros cuatro humanos sin perro. Doce personas paradas en la vereda, con tres perros tironeando de las correas, o mordisqueándose entre ellos. Y ahí vemos al resto de los vecinos, haciendo lo mismo. Alguno va a tener que bajarse a la calle porque no entramos todos en la vereda.

Nos miramos las caras, sonreímos, ya no pasan vehículos gritándonos instrucciones, órdenes, leyes, amenazas.

Podemos hacer una fiesta, ahí nomás, podemos incluso intercambiar fluidos, (después de todo, si hicimos las cosas bien, somos los que no se han contagiado, ¿no?, ¿no?).

Podemos salir a correr, a caminar hasta que nos salgan ampollas.

Podemos sentarnos en el cordón de la vereda y conversar con el otro.

Podemos todo, de nuevo.

Así que nos miramos, sonreímos, y nos decimos me voy a dormir, es tarde.

O a las 0 hs. del día señalado nos tomamos, cada uno en su casa, hasta el agua de los floreros, festejando la felicidad indecible, y al día siguiente tenemos una resaca tan espantosa que puteamos porque hay que salir a trabajar.

O el 13, o 14, salimos, en el horario habitual, cada uno a su trabajo, y el viernes de esa semana nos juntamos con amigos y festejamos que podemos hacer lo que queramos. Y entonces hacemos lo que siempre hicimos.

Pero para eso faltan 13 o 14 días.

Ayer, después de escribir, terminé de ver la última temporada de GOT, tejido en mano. Es la temporada que menos veces he visto, así que dejaba de tejer todo el tiempo.

Me acuerdo de Topillo preguntándome, después de haber leído la primera novela, qué personajes me gustaban más, cuáles menos. Se sorprendió cuando le dije que amaba a Jaime Lannister. Podía ser mi cinismo lo que me llevó a decir eso entonces. Era un personaje fácilmente despreciable, y además ligeramente bobo.

Sigue siendo uno de mis personajes favoritos. El tipo sabe que ama a una mujer odiosa, que por ella ha hecho cosas aún más odiosas, e incluso que ella no lo hace feliz. Pero al final recorre la mitad del mundo sólo para estar con ella y morir juntos, y decirle “nothing else matters, only us”, mientras la escuda del mundo cayéndose a su alrededor, y hace que ella deje de llorar, histérica –el  único momento en el que Cersei contempla la derrota, en el que admite su vulnerabilidad. Él la escuda de eso y ella, antes de morir, vuelve a estar en el lugar de quien todo lo puede, sólo porque él está ahí.

Es tan cursi y meloso que nadie puede acusarme de cinismo: amo a Jaime Lannister.

Hubo nubes, la promesa de la lluvia sigue aunque haya salido el sol, también la de sudestada.

Hace calor. De veras calor. Cuando salgamos, el otoño llevará días de haber empezado. No habremos visto ese momento en el que las hojas empiezan a caer sino que veremos los árboles pelados. Quizás haga frío. Ya hay menos luz. No me gusta el invierno. Y estoy hibernando hasta que llegue.

Hay un millón de desafíos. La mejor foto de las mejores vacaciones. Videos, innumerables videos de una aplicación que no bajo porque mi teléfono apenas tiene memoria para ser teléfono.

Me invitaron a un intercambio de poesía. A quién se le ocurre, caramba. Y sin embargo, acá estoy, leyendo poesía. Y empernando a 22 personas de mis contactos con el mismo intercambio. Total, tiempo es lo que sobra.

Consejo

de Fernando Pessoa

Cerca de grandes muros quien te sueñas,
Después, donde el jardín se deja ver,
a través de las rejas de la entrada,
pon cuantas flores sean las más risueñas,
y sólo así te pueden conocer.
Donde no lo han de ver, no pongas nada.

Haz arriates cual los que otros tienen
donde, al mirarlo, puedan entrever
tu jardín cual lo quieres tú mostrar.
Mas donde estás, y donde nunca vienen,
Deja a la flor que el suelo da crecer,
y a las hierbas silvestres prosperar.

De ti mismo haz un doble ser guardado;
y a nadie, si te mira o si te observa,
a ver más de un jardín nunca le des –
que eres un jardín visible y reservado
donde la flor nativa, entre la hierba,
roza a la pobre hierba que no ves.


Comí fideos con salsa rosa y queso parmesano.

Creo que debería limpiar la casa de nuevo.

Creo que debería ir a hacer compras.

Todos los días, el mismo día.

Está empezando el viento. ¿Será del Sudeste ya?

No sé cómo logro que mi escritorio sea un espacio abierto y limpio cuando me siento a escribir, y que sea un caos de papeles, libros marcados con señaladores, o pedazos de algún papel, o biromes en el medio, o llaves, o el celular, libros cerrados porque ya los consulté pero no los volví a guardar, cables de cargador de computadora, y de celular, apoyavasos, cenicero, lima de uñas.

Hace años decidí que mejor era tener un escritorio pequeño, para que solamente alcanzara para un cuaderno al lado de la computadora. Pero no me gustó. Parece que el caos, o el fluir del caos más bien, me resulta mejor. Y no tiene ningún sentido que eso sea así en mi caso. Pero parece que lo es, con algunas cosas, en algunos momentos. Algo así.