Ayer lo anunciaron. 14
días más. O 13. No sé bien cómo se cuenta eso. ¿13 de abril inclusive? Es
decir, ¿el 13 a las 0 hs salimos en malón? ¿O el 14?
Imagino la fila india
compuesta por los integrantes de las dos familias vecinas, y yo. Eso suponiendo
que no nos vamos a amontonar a las 0 hs en el pasillo, empujando para abrir la
puerta de calle, que abre para adentro, y masacrarnos justo ese día.
Hugo, Sandra, Violeta,
Julieta, su perro León. Laura, Diego, Martín, su perro Ramón. Santos y Niqui. Así
imagino el orden de la fila. Por descarte. Hugo va a ir primero, seguro, porque
él es el macho del edificio y va a liderar la vanguardia. Y yo voy a ir última.
Un poco por el miedo a las bacterias (en último lugar sólo me acerco por un
flanco a los otros seres humanos), pero más que nada para poner cara de que no
me importa tanto, de que tengo todo bajo control. Salir desesperada no
contribuiría a esa imagen de mí misma.
Y entonces salimos, los
ocho humanos y los tres perros que vivimos en este edificio, y en la vereda nos
juntamos con los de la entrada independiente, otros cuatro humanos sin perro.
Doce personas paradas en la vereda, con tres perros tironeando de las correas,
o mordisqueándose entre ellos. Y ahí vemos al resto de los vecinos, haciendo lo
mismo. Alguno va a tener que bajarse a la calle porque no entramos todos en la
vereda.
Nos miramos las caras,
sonreímos, ya no pasan vehículos gritándonos instrucciones, órdenes, leyes,
amenazas.
Podemos hacer una
fiesta, ahí nomás, podemos incluso intercambiar fluidos, (después de todo, si
hicimos las cosas bien, somos los que no se han contagiado, ¿no?, ¿no?).
Podemos salir a correr,
a caminar hasta que nos salgan ampollas.
Podemos sentarnos en el
cordón de la vereda y conversar con el otro.
Podemos todo, de nuevo.
Así que nos miramos, sonreímos,
y nos decimos me voy a dormir, es tarde.
O a las 0 hs. del día
señalado nos tomamos, cada uno en su casa, hasta el agua de los floreros,
festejando la felicidad indecible, y al día siguiente tenemos una resaca tan
espantosa que puteamos porque hay que salir a trabajar.
O el 13, o 14, salimos,
en el horario habitual, cada uno a su trabajo, y el viernes de esa semana nos
juntamos con amigos y festejamos que podemos hacer lo que queramos. Y entonces
hacemos lo que siempre hicimos.
Pero para eso faltan 13
o 14 días.
Ayer, después de escribir,
terminé de ver la última temporada de GOT, tejido en mano. Es la temporada que
menos veces he visto, así que dejaba de tejer todo el tiempo.
Me acuerdo de Topillo
preguntándome, después de haber leído la primera novela, qué personajes me
gustaban más, cuáles menos. Se sorprendió cuando le dije que amaba a Jaime
Lannister. Podía ser mi cinismo lo que me llevó a decir eso entonces. Era un
personaje fácilmente despreciable, y además ligeramente bobo.
Sigue siendo uno de mis
personajes favoritos. El tipo sabe que ama a una mujer odiosa, que por ella ha
hecho cosas aún más odiosas, e incluso que ella no lo hace feliz. Pero al final
recorre la mitad del mundo sólo para estar con ella y morir juntos, y decirle “nothing
else matters, only us”, mientras la escuda del mundo cayéndose a su alrededor,
y hace que ella deje de llorar, histérica –el único momento en el que Cersei contempla la
derrota, en el que admite su vulnerabilidad. Él la escuda de eso y ella, antes
de morir, vuelve a estar en el lugar de quien todo lo puede, sólo porque él
está ahí.
Es tan cursi y meloso
que nadie puede acusarme de cinismo: amo a Jaime Lannister.
Hubo nubes, la promesa
de la lluvia sigue aunque haya salido el sol, también la de sudestada.
Hace calor. De veras
calor. Cuando salgamos, el otoño llevará días de haber empezado. No habremos
visto ese momento en el que las hojas empiezan a caer sino que veremos los
árboles pelados. Quizás haga frío. Ya hay menos luz. No me gusta el invierno. Y
estoy hibernando hasta que llegue.
Hay un millón de
desafíos. La mejor foto de las mejores vacaciones. Videos, innumerables videos
de una aplicación que no bajo porque mi teléfono apenas tiene memoria para ser
teléfono.
Me invitaron a un
intercambio de poesía. A quién se le ocurre, caramba. Y sin embargo, acá estoy,
leyendo poesía. Y empernando a 22 personas de mis contactos con el mismo
intercambio. Total, tiempo es lo que sobra.
Consejo
de Fernando Pessoa
Cerca de grandes muros
quien te sueñas,
Después, donde el
jardín se deja ver,
a través de las rejas
de la entrada,
pon cuantas flores sean
las más risueñas,
y sólo así te pueden
conocer.
Donde no lo han de ver,
no pongas nada.
Haz arriates cual los
que otros tienen
donde, al mirarlo,
puedan entrever
tu jardín cual lo
quieres tú mostrar.
Mas donde estás, y
donde nunca vienen,
Deja a la flor que el
suelo da crecer,
y a las hierbas
silvestres prosperar.
De ti mismo haz un
doble ser guardado;
y a nadie, si te mira o
si te observa,
a ver más de un jardín
nunca le des –
que eres un jardín
visible y reservado
donde la flor nativa, entre
la hierba,
roza a la pobre hierba
que no ves.
Comí fideos con salsa
rosa y queso parmesano.
Creo que debería
limpiar la casa de nuevo.
Creo que debería ir a
hacer compras.
Todos los días, el
mismo día.
Está empezando el
viento. ¿Será del Sudeste ya?
No sé cómo logro que mi
escritorio sea un espacio abierto y limpio cuando me siento a escribir, y que sea
un caos de papeles, libros marcados con señaladores, o pedazos de algún papel,
o biromes en el medio, o llaves, o el celular, libros cerrados porque ya los
consulté pero no los volví a guardar, cables de cargador de computadora, y de
celular, apoyavasos, cenicero, lima de uñas.
Hace años decidí que
mejor era tener un escritorio pequeño, para que solamente alcanzara para un
cuaderno al lado de la computadora. Pero no me gustó. Parece que el caos, o el
fluir del caos más bien, me resulta mejor. Y no tiene ningún sentido que eso
sea así en mi caso. Pero parece que lo es, con algunas cosas, en algunos
momentos. Algo así.