viernes, 8 de mayo de 2020

Día 50




8.30 de la mañana.

Dice la pantalla: sensación térmica 9.9° C Hoy va a haber sol, de nuevo, por suerte.

Me siento frente a esta computadora con la idea de hacer algo.

¿Qué?

El diario, siempre, aunque haya algunos días en los que, si no fuese por el blog, escribiría “querido diario: hoy comí hamburguesas de lentejas y me cambié el color de las uñas de lila a morado”.

También chequearé algunas cuestiones administrativas de la oficina (esa “oficina” que funciona remotamente, aunque hay un edificio que solía contener ese concepto, un edificio que está cerrado desde hace 50 días, y al que ninguno de nosotros, los que componíamos esa “oficina” va desde hace 60 días).

Es curioso cómo todo parece estar pendiente, ser precario, un vamos viendo continuo. Tiene que ver con los planes que no podemos hacer, con ese futuro que nos resulta incierto porque esperamos que todo cambie. En realidad, esperamos que todo vuelva a ser como antes. Con suerte, será parecido. Y nos convenceremos de que está bien, de la misma manera en que últimamente me levanto y me convenzo a mí misma de que está bien esto, este encierro, es mejor para todos, nos cuidamos mejor, esquivamos la Parca.
Ya puse ropa a lavar, abrí todas las ventanas a este frío intenso de la mañana, ventilo. Siempre ventilo, lo hacía antes de esta pandemia. Ahora soy un poco más exigente nomás. Prendí un sahumerio también. Para tapar el olor a lavandina, a alcohol y a desinfectante que tienen todas las superficies.

Me digo, como todas las mañanas en que me levanto temprano, podría escribir el cuento del personaje que camina por la vereda con su perro. Una idea de cuento que se me ocurrió un día, hace no mucho, y a la que le di unas vueltas en la cabeza y me gustaba. O empezar otra novela, una que siempre escribo y nunca escribo.

Pero en estos tiempos, aun cuando las ideas a veces siguen gustándome, la escritura de ficción me resulta difícil. En realidad, escribir más de unas tres o cuatro páginas es lo imposible. La concentración larga, la quietud necesaria. Me siento y enseguida la máquina de lavar la ropa termina el ciclo. Cuelgo la ropa y encuentro yuyos en las macetas. Me vuelvo a sentar y la idea se escurrió. Trato de volver a ella y lo logro, por segundos, pero entonces me pregunto ¿por qué ese punto de vista, no será mejor en primera persona?, y ya no recuerdo los motivos para haber elegido la tercera persona, o los motivos para descartar la primera.

Me digo es el sueño de la piba, es mi sueño, tener todas estas horas por delante para escribir, sin necesidad de salir a ningún lado. Y me repito todos los sueños, siempre, tienen truco.

Hoy se cumplen 50 días. No pensé que duraría solamente 15. Pero tampoco se me ocurrió que serían 50.

Cada tanto me pregunto por la resiliencia. O por esas cosas que ayudan a vivir. Siempre llego a la conclusión de que al final son nocivas.


9.30 am.

Me había olvidado lo duro que resulta colgar ropa empapada cuando el aire es frío. Me había olvidado de cómo quedan las manos. Las pongo debajo del agua caliente y es apenas caliente pero parece que quemara, porque la piel está helada.

En Rodeo cada tanto me levantaba y la ropa estaba congelada. Quedaba muy limpia y alguna vez el Hormi comentó que un señor de Levi´s, quizás el mismo Sr. Levi, decía que los jeans no se lavaban, que debían ser puestos en el freezer.


10.30 am.    

Ya hice cuadros y anoté saldos y esas cosas, lo poco que hayque.


11.30 am.

Se despiertan del letargo. Es la hora en la que empiezan los llamados y los whatsapps.


1.30 pm

Logré escribir un poco. Muy poco.

A las 3 viene Erne. A buscar la plata que le depositan en mi cuenta y que ya saqué de los cajeros.

Me hace ilusión verlo un rato, aunque sea en la vereda.