jueves, 23 de abril de 2020

Día 35


Suena el timbre y bajo las escaleras rápido. Me pongo el barbijo, busco las llaves más limpias del mundo (se alimentan a base de alcohol y lavandina), y salgo por el pasillo.

Ella está en la vereda, su bici ya acomodada.

Por unos segundos es raro el encuentro. Pero ella sabe cómo. Me acerca el codo, sólo el codo, y yo adivino su sonrisa pícara a través del barbijo. La veo en sus ojos, que se achican y brillan. Le acerco el mío. Chocamos codos. Un sucedáneo del abrazo que nos habríamos dado en otro momento. Pero ese mínimo contacto nos pone en marcha.

Miramos el camión que levanta el producto de la poda de algún vecino. Está ahí desde que ella llegó. La grúa hace mil movimientos. Nos decimos era más fácil agarrar esas tres ramas entre dos. La grúa le pega a los cables que atraviesan la calle.  

Me da las bolsas de comida que me trajo, atravieso el pasillo y las dejo en el freezer, vuelvo con un vaso de agua para ella.

Mira el frente de la casa de los vecinos, me dice es gigante. Es donde siempre hay niños, donde siempre hay voces, donde acaso haya mujeres bailando salsa, o tomando vino bajo el cielo de la noche.

Viene un hombre con barbijo, nos muestra una boleta de Agip, nos pregunta por el titular. Nos dice dejó la camioneta en la puerta de mi casa, tiene las puertas abiertas, está llena de cosas, de herramientas y ropa, y saqué esta boleta de ahí. La boleta decía la dirección donde estábamos paradas. Le dije acá, hace más de siete años, vivía un Jonathan. Pero no tengo la menor idea de por dónde anda.

Dijimos nosotras nos quedaríamos con las herramientas.

Siempre gana quien sabe amar –creo que es una frase de Herman Hesse. Una frase que me asegura que ella va a ganar.

Ella se sentó en el escalón de la entrada.

Yo me quedé parada. Todo el día me la paso sentada.

Le muestro mis canas. El color de mi pelo sin tintura. La deformidad de mi cabellera.

Me dice tenés bien la piel. Yo me bajo el barbijo y le muestro un herpes en la pera.

Me dice te suele pasar, ¿no? ¿es el de siempre?

El de siempre cuando mi cerebro hace algún cortocircuito.

Llega la vecina de mi edificio, hoy me tocó ir a trabajar, nos dice. Después sale con su hija adolescente, las dos con bolsas de compra.

Pasa un señor grande, con un perro enorme, al que jamás había cruzado. Pasa dos veces por entre nosotras, acomodadas a la distancia necesaria.

Hablamos de estos días, de los calendarios para retomar la normalidad.

Me da mucha tristeza, dice.

Yo le digo me lloro todo con algunas películas.

La vereda de la entrada de mi casa no tiene fresnos, pero sí hojas secas, caídas, que rodean nuestros pies.

El policía pasa como cuatro veces, siempre por la vereda de enfrente.

Ella está linda. Se baja el barbijo y me muestra: se pintó los labios.  

Le cuento que tejo y destejo.

Una vecina sale con un carro de compras, y vuelve son su carro lleno.

En algún momento aparecen los mosquitos.

De repente largamos las dos, al mismo tiempo, una risa interminable. De esas que te dejan respirando fuerte.

Su bici es blanca.

Hace años que no vamos en bici juntas a ningún lado. Hubo un tiempo en que era la única manera en que nos movíamos.


Ella es una de mis Margaritas. Y además de felicitarme por tenerla en mi vida, me felicito porque no necesito de ninguna peste, ni de catástrofes, ni de grandes movimientos planetarios, para saber que su amor es un privilegio.