Me quedé pensando en lo
mucho que sentí la ausencia del abrazo de Hila.
Yo, que no soy de las
que gustan de excesivo contacto físico, sentí en los huesos esa ausencia.
Recuerdo un exabrupto
mío en Rodeo. Estaba con una amiga, y esta amiga se reía ante mi exabrupto. Me
decía Santos, no es para tanto. ¿Qué carajos le pasa a esa mina?, preguntaba
yo, indignada, y mi amiga reía sin pudor.
La “mina” era una
cordobesa pecosa, muy hippie ella, de esos hippies convencidos del poder cura-todo
de los abrazos. Hasta esa tarde, yo había sido para ella una total desconocida,
lo mismo que ella para mí. Nos habían presentado y ahí nomás, en la
presentación, ella me había abrazado fuerte y dejado su mano en mi espalda,
todo su cuerpo cerca del mío, y me fregaba la espalda como si estuviese dándole
a un mueble con una gamuza empapada en Blem. Me desconcertó tanto que me quedé inmóvil,
cuando en realidad todo mi ser se rebelaba.
No había nada sexual en
su manoseo. No me sentí acosada. La vi repetir, ese abrazo exagerado y
voluptuoso, con todos los presentes. Con los que conocía desde hacía años, con
los que recién le eran presentados
Los abrazos curan todo
cuando son sentidos. Eso discutíamos con mi amiga después de mi exabrupto y su
risa a carcajadas.
¿Qué puede sentir esta
mina con respecto a mí, una total desconocida? ¿De qué me vale su supuesto amor
si se lo da a todo el mundo, sin distinciones? Y si yo fuera el hijo, ¿me
gustaría que le diera a los desconocidos el mismo abrazo que me da a mí?
Además, no me creo su
amor. No hay amor de verdad hacia alguien a quien no se conoce.
Yo creo que uno elige,
le decía a mi amiga. Y que en esa elección reside el valor de lo elegido. Es
influencia de Sartre, lo sé. Pero más allá de cuestiones intelectuales, de
veras el abrazo de una desconocida no me vale nada. De hecho me resulta una
invasión innecesaria.
Para algunas cosas, yo
en Rodeo era considerada un bicho raro. Los amigos se acostumbraron, y algunos,
esos que miraban y escuchaban, incluso llegaron a saber que no era amor lo que
esquivaba, sino la invasión que sentía cuando un desconocido daba muestras de
ternura de un amor inventado.
Reconozco, de todas
maneras, que no soy de las personas más cariñosas del mundo. Que los gestos de
ternura, o cariño, me salen raros. Aparatosos. Quizás haya que practicarlos
más, me dije en ese entonces en Rodeo. Igual me negué, me sigo negando, a andar
abrazando gente desconocida.
Pero es el tema de con
quién nomas, porque los abrazos me gustan tanto como a los demás.
Y últimamente me hacen
falta. Yo, que desdeño las demostraciones físicas de amor, siento la ausencia
de esas demostraciones.