lunes, 27 de abril de 2020

Día 39



Pensando en la lluvia de París, recordé París. Me dieron unas ganas,  dolorosas de tan fuertes, de volver a caminar por las calles de esa ciudad que nunca entendí pero que amé con una fuerza inusitada.

Y en algún momento de mi ataque de nostalgia parisina, vino a la memoria mi amiga Hana, una bosnia a la que conocí el primer día de clases en el 101 del Boulevard Raspail.

A lo largo de los años, la busqué en Facebook e Instagram, a veces en otras páginas. Aun sabiendo perfectamente que su nombre tiene una sola “n”, lo busqué con dos. O con una h al final. Por si acaso. Nunca la encontré. Antes de ayer se me ocurrió googlear su nombre, y ver qué aparecía –alguna vez lo había hecho, y aparecían las mismas Hanas de Facebook que no eran ella, o textos, textos publicitarios, o de diarios y revistas, sin fotos, escritos en bosnio. Y, así de la nada, apareció una foto. Pasaron 20 años y podría dudar, la Hana de la foto tiene unos anteojos grandes, de marcos negros, y la Hana del año 2000 no usaba anteojos. Pero no dudo. Es ella, al lado de su padre, el pintor Safet Zec.

Y recuerdo que en esos últimos días en París me perseguía el hecho (me sigue persiguiendo) de deberle, encore, una pinta de cerveza.

La última vez que nos vimos fue el 21 de marzo del año 2000, el día del comienzo de la primavera en París. Hacía un frío de muerte, como todos los días desde nuestra llegada, pero había un sol maravilloso. Hana y yo decíamos que en París había sol un día y medio por semana de promedio. Entonces nos fastidiábamos cuando, estando en clase, las nubes se iban, porque sabíamos que estábamos perdiendo un tercio del sol semanal.

Ese día salimos de clase y nos fuimos a Belleville en metro. Nos conseguimos una pizza, unas latas de Pepsi, y nos instalamos en el Parc Belleville. Después de comer y de deambular por el parque, es un parque con escalinatas, nos fuimos caminando hasta la Place de la Bastille, donde todos los parisinos estaban sentados en las mesas de las terrazas. Hicimos lo mismo. Nos tomamos una pinta de Kronenbourg y cuando llegó la hora de pedir otra, yo me había quedado sin efectivo. Hana invitó, y acepté, claro, nos veríamos en clase al día siguiente. Nunca más la vi. Ni supe de ella.

El primer día de clases se había sentado al lado mío. No era la única silla disponible. Eligió sentarse a mi derecha. Así fueron todos los demás días.

Me pregunto por Hana.

En realidad, me pregunto qué hago ahora que tengo una dirección de mail de la editorial de catálogos y arte, fundada por ella y su marido, un tal Federico. Después de mucho buscar en links y más links, de incluso leer una entrevista traducida por Google del bosnio (una traducción claramente incomprensible), y acercándome de a poco a páginas en francés, logré finalmente saber algo de ella.

En esa entrevista dicen que vive en París, que está casada, que tiene hijas. ¿Cuántas posibilidades hay de que ese Federico no sea el mismo del que vi una foto hace 20 años?

Tengo una dirección de mail de esa editorial. Seguramente ella no lee esos correos. Pero podría escribir igual, un mail informativo, formal, pasarle mis datos, pedir los de ella, de la misma manera que Rodrigo, el amigo brasilero de Ernesto, llamó al estudio del Pancho una vez.

Podría.

Saco de la memoria imágenes de ella. De nuestra vida en París.

Fuimos a ver Le dernier métro al cine de la Alianza. Fuimos con Ernesto esa vez. Él y yo habíamos estado, antes, en el Museé d´Orsay. Y a la salida nos sentamos los tres en un café y Hana y yo pedimos chocolate caliente, y Ernesto una cerveza.

En un teatro pequeño y viejo, muy prolijo, tan chic, vimos La chambre bleu, con Daniel Auteuil. Me puse los zapatos forrados de raso que había llevado, por si acaso los necesitaba, en mi mochila de mochilera. Fue la única vez que los usé. Tenía una falda negra y mi tapado negro. Estábamos solas, y a la salida nos tomamos una media pinta de cerveza (un demi) porque se acercaba la hora de cierre del subte y al día siguiente había que ir a clases.

Una noche fui a comer a su casa. Vivía en un departamento de un ambiente en el barrio de la Ópera. Un departamento de una amiga de su familia. Se lo habían prestado, Hana se quedaría en París dos meses, o tres, o más. Me preparó una pasta maravillosa que el padre le había llevado desde Venecia, donde vivían, tomamos chianti, fumamos hachís. Me mostró unas fotos del novio Federico, un italiano, y el catálogo del trabajo que hacía. Hana era diseñadora gráfica. 

Conversamos durante horas y en algún momento me fui. Yo, que no entendía París, ni conocía a los parisinos, caminando desde lo de Hana, tuve esa noche –helada, húmeda, las calles desiertas, el metro cerrado– el deseo de vivir en ese momento siempre, incluso en esa ciudad que me resultaba inasequible. Nunca pude describir (sigo sin poder hacerlo) el fotograma del instante en que vislumbré una belleza cegadora. No sé si era la luz que había en ese barrio. Si los edificios. O las calles adoquinadas. O si fue el hecho de haber comido en casa de una amiga que vivía sola –ella tenía dos años más que yo, pero yo habitaba todavía un mundo de padres y hermanos, nadie tenía casa propia, nadie llenaba su propia heladera. No sé qué fue. Sé que el encantamiento duró toda la caminata, y que si cierro los ojos y convoco la imagen, siento todavía resabios de ese encantamiento. No tiene nombre, pero sonrío.

Pasamos muchas tardes caminando por la ciudad, nos sentamos en cafés a comer al mediodía, o a tomar chocolate caliente a la tarde –algunas veces una cerveza. Nos reímos preguntándonos, en el café Procope, si de veras esa mesa había sido usada por Voltaire, y comentamos la locura de las liquidaciones en las Galeries Lafayette.

Hana hizo que por primera vez entendiera que el horror no se describe mencionando al horror. Me estaba contando de su perro amado. El bicho se había perdido cuando empezaron a caer bombas. Se asustó, enloqueció y se fue. Un día lo encontraron. Había sido entrenado para detectar bombas. Fue lo único que me contó de la guerra en Sarajevo. Eso, y que desde 1992 vivía con su familia en Venecia.

¿Cómo me veía ella entonces? ¿Cómo me veía yo, en esa época, a los ojos de los demás? Sé que yo no me hacía esas preguntas. Sí me las hacía con respecto al otro, y Hana me parecía sofisticada. Porque el padre era pintor, porque ella se vestía bien, y se maquillaba mejor, porque vivía sola, porque ya había trabajado haciendo algo que le gustaba, porque tenía una seguridad de la que yo carecía, una seguridad que no estaba llena de certezas ciegas sino de deseos con nombre y apellido.

Yo deambulaba por mi vida con deseos imprecisos, con certezas efímeras.

Yo recién descubría que el mundo en el que yo viviera sería un mundo que yo creara. Y ni siquiera lo tenía tan claro. Era más bien un atisbo de la libertad, y de las consecuencias de la libertad.

Hana tuvo gripe los últimos días de clase. Ernesto y yo nos fuimos a Barcelona y en alguno de los vaivenes de nuestros equipajes gigantes (libros y revistas y discos llenaban un bolso nuevo), perdí el teléfono del departamento donde ella vivía. No habíamos intercambiado direcciones de e-mail. Una no los intercambiaba naturalmente en esos tiempos, porque no se usaban más que para escribirle a gente que vivía lejos, y nosotras vivíamos cerca en París, y nos veíamos todos los días. Tampoco habíamos intercambiado los teléfonos de nuestras casas en Venecia y Buenos Aires.

Me pregunto si ella reconocería en mi persona a la criatura deforme que era entonces. Me gustaría preguntarle eso. Si algo de mí hoy se veía hace veinte años, si ha quedado algo. Pero es sólo un momento, porque en realidad lo que me gustaría es volver a caminar las calles de París con ella, y mirarla a ella, y sentarnos a la tarde en un café a tomar chocolate caliente.  

Me digo no le voy a escribir.

No sé si alguna vez la quise. Sé que la admiraba, que su presencia a mi lado, caminando por París, acallaba inquietudes, que yo me sentía más yo con ella.

Tampoco sé si la extrañé en algún momento.

Sé que se quedó en mi memoria con una precisión afilada.

Y que no tengo, en realidad, nada para decirle.