No soy de las que aman
a los bebés. No me fijo en los bebés en cochecitos en el supermercado o en la
calle. Cuando veo un bebé en la cola de la puerta de embarque de un avión,
ruego mentalmente que lo sienten alejado de mí. Me fastidian los bebés, me irritan
sus llantos y en general todos sus sonidos.
Los sonajeros, los
pantaloncitos, los escarpines, todo eso me deja indiferente. No me parecen
objetos tiernos, ni particularmente atractivos.
Hasta que no les puedo
comprar libros que tengan pocos dibujos, las criaturas me aburren.
Pero si nace el hijo de
un amigo de toda la vida, todo cambia. Todo.
Me gusta el bebé. Me
enternecen los gorditos de sus piernas y sus brazos. Me pongo a decir “me está
mirando” cuando sé que todavía es ciego.
Le busco parecidos con
la madre o el padre, y estoy segura de esos parecidos. No importa que el bebé
sea una masa amorfa de carne, yo ya veo a uno de los progenitores en esos
rasgos indefinidos.
Busco regalos por
internet y me descubro eligiendo un mapache por encima de una tortuga, porque
es más lindo ese diseño. Leo los comentarios de los usuarios y descarto sin
piedad cuando leo que no le entraron bien las piernas en esa sillita, o que no
era seguro porque a la valla de contención la sostienen unas agarraderas muy
flojas.
Me imagino el tamaño,
la duración, recuerdo en ese momento a todos los bebés anteriores al nacimiento
de éste, y los juguetes o artilugios comprados, y hago una lista mental de los
que mejor funcionan.
Me paso un día entero
buscando en internet.
Y cuando el niño nace,
y me mandan una foto, soy el terror de mí misma. Empiezo a chillar “qué lindo”,
“me muero muerta”, “qué emoción”.
Y nada de cinismo. Me
parece hermoso, me muero de la alegría y la ternura, me emociono hasta que se
me caen unas lágrimas.
Me digo es el encierro, que todo lo magnifica. Y después me digo de
ninguna manera. Es el hijo de Santi, el nietito de Mora, el sobrino de Lupe.
Pipe tiene todos los
números de la lotería para ser el ganador de uno de los escasos puestos en la
administración de mi vida: la del bebé que me encanta. La de la criatura que sí
me hace pensar en la vida, en eso tan absolutamente mágico de la vida.
Pipe ocupa, sin ningún
pudor, el lugar donde el amor puro existe.
Nació ayer a las 9 de
la mañana. Y todavía sonrío.