A pesar del buen clima,
los vecinos han estado silenciosos.
Los ruidos de la calle
han aumentado esta mañana. Ya no se escuchan.
Mi humor sigue del lado
de la Fuerza.
Me conseguí un permiso
de circulación y me iré a dar una vuelta hasta lo de mi padre, uno
de estos días.
Mañana voy a ir al
supermercado y después cocinaré. Quizás.
El primer mes sin ERRE
del año. Son cuatro. Son los meses de poda. Pero no todavía. Las rosas chinas, los malvones, la Santa
Rita, tienen flores todavía. Hay un tiempo en el que conviven con los
crisantemos, ya florecidos del todo. Mientras mi terraza tenga tantos colores,
no voy a podar.
Estuve reorganizando la
bilbioteca. Saqué pelos de Niqui, polvo, ordené los libros que había sacado en
estos tiempos y que no habían vuelto a sus lugares.
Me dije esto es
peligroso, esto termina con la relectura de Guerra
y paz (muchas de las reorganizaciones de la biblioteca han terminado con mi
mano yendo, derecho, a sacar Guerra y paz
del estante, llevarlo abajo y leerlo hasta quedarme bizca, o hasta terminarlo,
lo que suceda primero). Recordé que lo había prestado, así que no había peligro.
Leí párrafos sueltos de
algunos libros. Nada en particular. Todo. Es decir, no buscaba algo, una frase,
un párrafo, un autor, y me encontré con todo. Con los amores de mi vida. Esa
pasión perdurable.
La verdad, hoy hice de
todo un poco, que es lo mismo que nada. Salvo reorganizar la biblioteca, que
estaba tan bien organizada que todo el movimiento consistió en sacar unos pocos
libros de un lado y ponerlos en otro, todo lo demás fueron cosas sueltas, sin
orden, sin fin.
Prendí sahumerios.
Guardé la ropa que
estaba en el perchero de la puerta de mi cuarto.
Colgué la cartera linda
que había usado el día luminoso de paseo y que había dejado sobre una silla.
Leí al sol, en el
patio, debajo de la Santa Rita, después de desayunar en esa misma mesa, sin
sentir la obligación de hacer algo en particular.
Ahora, desde hace un
rato, tipeo palabras, un poco al tuntún, registrando el paso de otro día más de
encierro, tratando de retener al menos en la memoria las horas que se van en
este encierro. De que algo, algún movimiento, logre definir un día del otro.
Me pasa, me ha pasado
desde la segunda semana, que no sé cuándo ha sucedido una cosa, cuándo la otra.
No sé si fueron tres días, cuatro, o una semana, desde que me quedé sin luz.
Acaso haya sido esta mañana. No, no fue esta mañana, de eso estoy segura,
porque esta mañana desayuné al sol, con un café de cafetera de verdad, y esa
cafetera es eléctrica, y el día sin luz fue un día de lluvia y oscuridad y hoy
siempre hubo luz.
De a poco se va, la luz.
De a poco se acerca la hora en que bajo al living y leo con Niqui a upa, o tejo
frente a la tele. Estoy tratando de terminar un tejido que empecé tres veces
ya. Y eso que es simplemente un cuello. No más que tejer derecho, con el punto
más fácil del mundo. Pero tres veces lo empecé porque no me gustaba el ancho, o
porque los cambios de lana eran desparejos.
De a poco se termina
otro día.