viernes, 3 de abril de 2020

Día 15




Hace unos días me llegó, por mail, la única cadena a la que me he prendido.

Desprecio las cadenas. Por whatsapp, por mail, por correo. En la primera casa de Tigre llegó una –llegó al buzón, traída por un cartero, en un sobre de papel, escrita a mano. Ya entonces me pareció absurdo.

Las típicas cadenas amenazan con la mala suerte eterna. Y, como la mejor manera de no ceder a las extorsiones es ignorarlas, ignoro la cadena , y sigo con mi vida, y si tengo mala suerte, supongo que es porque la suerte es suerte, y no podría haber hecho nada para cambiarla.

Esta vez me prendí. Había que mandarle un poema que nos hubiera impresionado en un momento difícil, a una sola persona.   

No leo poesía habitualmente. Me gusta. Pero si voy a comprar un libro, compro novelas o cuentos. Soy bastante bruta cuando se trata de poesía. Me prendí a la cadena, en realidad, para encontrar poesía nueva, que no hubiese leído alguna vez. Y porque estamos bastante al pedo, la verdad. Me dije mejor leer poesía que las cifras de la muerte.

En el ínterin, miré mi biblioteca. Montones de Shakespeare, algo de Borges, Idea Vilariño, Pessoa, Robert Frost, William Blake, Baudelaire, Jim Morrison, Gustavo Adolfo Bécquer. Es todo lo que tengo en papel. Ni siquiera tienen un estante propio (sería desperdiciar mucho espacio, porque no llenarían un estante). Y, en fotocopias, una antología de “Poesía lírica amatoria”, la lectura obligatoria de mis clases de Literatura Inglesa en la facultad.

Mandé un poema de Pessoa, de una antología que me regaló un brasilero hace más de veinte años. Un regalo inolvidable. Un momento inolvidable.

Y me quedé esperando alguna sorpresa, que no llegó nunca. Mario Benedetti. Mario Benedetti. Mario Benedetti. Tres mañanas seguidas abriendo mi correo y encontrando poemas de Mario Benedetti.

No tengo una sola copia de sus poemas en papel. Pero es probable que los conozca a todos.

Soy de las que tenían 16 en el año 1992. Soy de las que, entonces, leyeron Girondo, y Gelman, y Benedetti. Además, todavía vivía con mis padres, incluso mamá vivía, y la bilblioteca de la casa, la biblioteca que era de ellos, estaba llena de poesía.

Soy de las que nunca dejaron de estar enamoradas de Oliverio.

Todavía recuerdo esa escena. Él sentado a la mesa de un cabaret en Montevideo, con una cerveza, mirándola. Su voz en off recitando “No te salves”.  Ana sigue la letra en un papel, y cada tanto levanta los ojos y lo mira, hasta que termina el poema y camina hacia la mesa, hacia él.

Releo, entonces, Benedetti. Fue como esos discos que una ha escuchado hasta el hartazgo en una época. De esos que uno sabe, exactamente, en qué año salieron porque todo ese año, o todo ese verano, estuvo musicalizado por ese disco. Discos amados infinitamente, y después no tan infinitamente. Un día hay otro disco, otra fetiche. Pasa el tiempo, y de repente se escucha una canción de ese disco de hace años, y una sonríe, y quizás  cede a la tentación de buscarlo en Soptify, y se aburre a la tercera canción, o tal vez no, tal vez lo que pase en ese momento sea decir uhhh, qué buen disco era. O decir me aburre, pero que un estribillo, o una mera frase, devuelva una escena del pasado a la memoria.

Lucila leyendo Benedetti en voz alta, en Miramar, encerradas en un departamento diminuto. Eligiendo un poema que fuera una buena respuesta a otro poema. Lucila creía en el amor. Todas creíamos en el amor. Pero ella lo decía.

Yo tenía 16 años cuando vi El lado oscuro del corazón en el cine y, sin dudarlo, me hice el firme propósito de no salvarme nunca. Porque me quería quedar con Oliverio, porque no quería congelar el júbilo, ni querer con desgana. Porque quería llorar a lágrima viva. Porque quería ser una mujer que volara.

Veintiocho años después ya no me da tanta culpa cuando cada tanto deseo un rincón tranquilo. A lo sumo, un poco de tristeza.




No te salves

Mario Benedetti

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.