Casi enseguida de
empezar este aislamiento, este encierro, uno de los windsurfistas que vive en
Rodeo publicó en Instagram una foto vieja de él navegando, o bajando al agua
con el equipo, y una pregunta: ¿ya nos dimos cuenta de lo felices que éramos
cuando teníamos libertad?
Me pareció exagerado.
También me resultaba obvio, y claro que sí, yo me había dado cuenta, siempre lo
había sabido. Era exagerado (habían pasado sólo 2 o 3 días) y era obvio. E
igual me enamoraba su pregunta. Porque en general me enamoran los hombres que
se preguntan por la libertad.
Con el paso de los días
di vuelta el problema. Lo que no me había dado cuenta era, en realidad, lo que
me costaba la falta de libertad. Lo sabía en los papeles (por eso me enamora
quien se lo pregunta), pero no lo sabía en el cuerpo.
Me da claustrofobia
leer 1984, El cuento de la criada, Farenheit
451, etc., y enseguida me rebelo ante lo que se me ocurre un recorte a mis
libertades.
Sin embargo, me sacaron
la posibilidad de moverme por el mundo y de encontrarme con gente y dije bueno,
está bien, tienen razón. Concedí, voluntariamente, mi encierro.
Sigo sin tener dudas de
que es la medida más prudente.
Pero hoy, por primera
vez en 47 días, sentí que había recuperado mi libertad.
Y se sintió de puta
madre.