jueves, 7 de mayo de 2020

Día 49



Sigue el aire frío. Pero hay sol. Y es maravilloso. Amo el verano. La luz, el sol que quema la piel.

El invierno me encierra más adentro de mi casa, y adentro de mí misma. Me desalienta el gris del cielo, entonces me quedo adentro para evitar ese gris, para escaparle al frío, y después me agobia el encierro. Era así en tiempos normales.

Ahora me agobia el encierro. Y no puedo elegir salir.

Pero cuando amanece y no veo nubes desde mi cama, cuando la promesa es de día soleado, me dan muchas más ganas de levantarme, de estar despierta, de estar viva, que los días oscuros.

Hay sol, mis crisantemos morados contrastan con las hojas verde oscuro de la planta. Las flores de la Santa Rita siguen saliendo y se ven nítidas contra la pared blanca, algunos malvones desorientados florecen a destiempo

Se instala el invierno, de a poco.

Pero todavía aprovecho la corriente de buen humor y esperanza que me dieron el paseo en bici, y el reencuentro con mi padre e Hila, y este sol maravilloso que no me quema pero sigue calentano  algunas horas, y no me desanimo.

Me digo la vida sigue.

Me lo confirma una mina que trabaja para un cliente. Está embarazada, me dice. Yo hago cuentas. No las habría hecho en otros tiempos –en otros tiempos el mero anuncio de un embarazo no me habría resultado una rareza. Me digo si ya se lo dice a los proveedores es porque pasaron tres meses. Entonces quedó embarazada cuando la pandemia no se había esparcido malignamente a nuestras costas. No quedó embarazada durante el encierro. Por aburrimiento, o porque se quedaron sin preservativos.

En estos tiempos, yo no necesito comprar preservativos. Y, ya lo dije, lo más probable es que no los necesite nunca más. Lpm.

Pero la vida sigue.

Nunca paró.

Lo que pasa es que hay que recalcular.