Sigue el aire frío.
Pero hay sol. Y es maravilloso. Amo el verano. La luz, el sol que quema la piel.
El invierno me encierra
más adentro de mi casa, y adentro de mí misma. Me desalienta el gris del cielo,
entonces me quedo adentro para evitar ese gris, para escaparle al frío, y
después me agobia el encierro. Era así en tiempos normales.
Ahora me agobia el
encierro. Y no puedo elegir salir.
Pero cuando amanece y
no veo nubes desde mi cama, cuando la promesa es de día soleado, me dan muchas
más ganas de levantarme, de estar despierta, de estar viva, que los días
oscuros.
Hay sol, mis
crisantemos morados contrastan con las hojas verde oscuro de la planta. Las
flores de la Santa Rita siguen saliendo y se ven nítidas contra la pared
blanca, algunos malvones desorientados florecen a destiempo
Se instala el invierno,
de a poco.
Pero todavía aprovecho
la corriente de buen humor y esperanza que me dieron el paseo en bici, y el
reencuentro con mi padre e Hila, y este sol maravilloso que no me quema pero
sigue calentano algunas horas, y no me
desanimo.
Me digo la vida sigue.
Me lo confirma una mina
que trabaja para un cliente. Está embarazada, me dice. Yo hago cuentas. No las
habría hecho en otros tiempos –en otros tiempos el mero anuncio de un embarazo
no me habría resultado una rareza. Me digo si ya se lo dice a los proveedores
es porque pasaron tres meses. Entonces quedó embarazada cuando la pandemia no
se había esparcido malignamente a nuestras costas. No quedó embarazada durante
el encierro. Por aburrimiento, o porque se quedaron sin preservativos.
En estos tiempos, yo no
necesito comprar preservativos. Y, ya lo dije, lo más probable es que no los
necesite nunca más. Lpm.
Pero la vida sigue.
Nunca paró.
Lo que pasa es que hay
que recalcular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario