jueves, 16 de abril de 2020

Día 28



Hoy es el cumpleaños de una amiga.

Me pregunté, mientras acomodaba mi cuarto, el living, e iba por toda la casa levantando objetos –ayer tuve un día desordenado, de esos en los que me voy a dormir sin lavar la vajilla, sin guardar los libros que caminaron de un lado al otro, el tejido sobre la mesa, al lado de las migas de las galletitas de la tarde, etc –cómo sería lo de pasar un cumpleaños encerrada.

Me puse a pensar, entonces, qué es lo que gusta de los cumpleaños, a aquellos a los que nos gustan los cumpleaños, para ver si era tan grave eso de estar encerrada en casa –más allá de lo grave de estar encerrada en sí, pero ni bien empiezo a pensar en las diferencias entre en sí y para… debo detenerme, o sigo hasta que me saquen de la jaula.

Enseguida me dije no es grave, he tenido miles de cumpleaños que no se festejaron el mismo día, la mayoría de las veces el día señalado una sigue su vida normalmente, va al laburo, vuelve del laburo, recibe llamadas y mensajes, come la misma ensalada de todas las noches, y después se va a dormir, como cualquier otro día. 

Es posible que se tengan pensamientos relacionados con la fecha, que se diga caramba, cómo pasa el tiempo, qué vieja estoy, o qué buena estoy para los años que tengo, y un montón de frases manidas, algunas nacidas del lado luminoso, otras del lado oscuro, quizás creyéndolas, quizás olvidándolas a los dos segundos. 

Y después llegan el viernes, o el sábado, las fechas en que se “hace algo”. Ir a beber, salir a comer, un asado en familia, una juntada de amigas. Ese día se canta el feliz cumpleaños, se soplan velitas, se brinda por el año pasado, se desea todo para el siguiente, y si uno es elevado, o tiene amigos elevados, se festeja haberle dado otra vuelta al sol.  

En mi caso, siempre hago algo. No es que festeje con gente en mi casa siempre, aunque eso me gusta y suelo hacerlo. Pero alguna vez he hecho lo de simplemente juntarme con Georgie y Lu.

Una fecha cualquiera, de esa semana, contiene la ilusión del festejo de cumpleaños. Regalos, rica comida, rica bebida, unas horas de diversión con las amigas, o con la familia.

Los regalos importan, claro. Soy de las convencidas de que importan. Pero no por el objeto en sí mismo, que puede ser tan prosaico como una bolsita llena de Sugus. Lo que importa, realmente, de los regalos, es el tiempo ocupado en pensarlos y comprarlos.

Porque lo que me importa a mí de los cumpleaños, en realidad, es que el otro tenga al menos un pensamiento dedicado a mí. El día del cumpleaños una tiene derecho, o cree tenerlo, a ser egocéntrica sin ser criticada por ello, y sobre todo, sin culpa y descaradamente.Una siente que es el día en el que todos van a estar pensando en una. La gente llamando y escribiendo y haciéndole creer a una que una ocupa espacio en la vida del otro.

De manera que estar encerrada, o no, no hace ninguna diferencia.

Me han comentado de cumpleaños por zoom. No se me hubiese ocurrido lo de festejar mediante una pantalla, pero no está mal la idea. Pienso en el caso de una amiga con la que disfrutamos el champagne: le mostraría a través de la cámara la botella, y seguramente ella tendría una en su casa. Yo me tomaría mi botella, ella la otra. Está claro que es mejor un cumpleaños por zoom para los bebedores. No tienen ni que concentrarse en el camino por el que va el taxi de vuelta. Del cumpleaños, directo a la cama.

Le muestro la botella, ella me muestra la de ella. Quizás hasta me compro un alfajor, como si fuese un pedazo de torta de cumpleaños, y busco una vela de esas que tengo en verano porque vivo en un barrio donde cortan la luz cada tanto. O puedo aventurarme por la ciudad, barbijo, guantes y todo, a buscar en el supermercado una vela que tenga purpurina, y unas papas fritas. 

Pongo la mesa antes del horario establecido de conexión. En un bowl, las papas. Una copa de champagne, la botella, y después de un rato de charla con un grupo de personas en cuadrados en la pantalla, saco el alfajor, lo pongo en un plato, y arriba la vela. Quizás para entonces mi planta de crisantemos tenga flores y pueda poner una en agua, sobre la mesa, y además tener decoración.

Nadie diría que no hice al menos un poco de trabajo pensando en el otro.

Está claro que el regalo no es lo único que falta. Besos, abrazos, y esos gestos tan contaminantes están vetados hasta, aparentemente, el fin de los tiempos, así que los sacamos de la lista para ir acostumbrándonos. Lo que falta es, por ejemplo, eso de compartir. Quiero comprar un rico champagne, y no porque me guste a mí, sino porque le gusta a la cumpleañera. ¿La velita quién la apaga? Todavía no le enseñé a Niqui a hacer eso. ¿Cómo hago para deleitarme con las tortas maravillosas que hacen las amigas de mis amigas? O que compran las amigas de mis amigas… Che, le digo a una, qué rico este Terrabusi. Y ella se está comiendo un Jorgito… Una seguro que se hace una súper carne al horno con papas. Y yo pongo las papas fritas de paquete en el bowl para disimular que tengo una tarta de zapallitos que me gusta a mí, y a nadie más, porque lo mejor de esa tarta son los escasísimos minutos que tardo en prepararla. Bueno, le puedo poner onda y comer bife con ensalada. Que al menos no parezca de dieta.

Al final, sólo sería no compartir bebida, no compartir comida, no dar regalos, ni que el prójimo sople velitas (por eso de las bacterias). Y tiene esa ventaja inigualable que es terminar el cumpleaños y hacer eses en privado hasta la lejanía de la cama.

Así que no encuentro motivos de queja verdadera. ¿No era lo más importante creer que una es el centro del universo? Si es así, no necesitamos vernos cara a cara… Llamás, escribís y ya está. De hecho un cumpleaños por zoom es un despilfarro de plata y energías, con todo eso que hay que organizar.

No hay ninguna queja, pero igual me convenzo de que en septiembre seré libre.