lunes, 18 de mayo de 2020

Día 60




Ayer fue domingo 17 de mayo de 2020.  Ayer mamá habría cumplido 77 años.

Hoy cumplen años Ale y Eli.

El encierro, hoy, cumple 60 días.

El sábado cumplieron años el Hormi y la tía Riri.

Tantos cumpleaños en tres días, tanta gente querida, y la ausencia, siempre, de mamá.
En este encierro, todos los cumpleaños son ausencia –eso pensé hoy.

Ayer me levanté deseando con fuerza que para el mío, en septiembre, pueda salir ya todo el mundo. Que pueda ver a mis amigas, que Lucila me prepare una torta, o simplemente me acompañen con una copa de champagne. En persona, ninguna pantalla presente. Sueño con una fiesta en mi casa, aunque hace años no deseo fiestas en mi casa y prefiero las reuniones, mejor si son escuetas.

También me pregunté cómo habrían pasado el día el Hormi y tía Riri. No lo que habían hecho, sino cómo lo habían sentido.

Mientras tomaba mi Nesquik sentada a la mesa del patio, después de haber chequeado las gomas de la bicicleta y preparado la mochila del asado en Moldes, me dije que podía hacer un juego. Imaginar que iba a un asado de cumpleaños, que allí estaría mamá. Mamá con 77 años recién cumplidos.

O, se me ocurrió, podía escribir, largamente, una escena de ese encuentro. Una ucronía con un jonbar sentido como catástrofe bélica pero sin serlo. Le agregué más arrugas a la cara que recuerdo de hace 23 años, el pelo del mismo color porque seguramente se lo teñiría, la ropa que tendría puesta –como ayer hacía calor, le puse una falda pasando la rodilla apenas, tubo, marrón chocolate, de lino, y una blusa blanca, amplia, escote bote, las mangas hasta el codo–, en los pies unas sandalias, aunque a mamá le gustaba andar descalza; le puse los anteojos de sol que usa en una foto que le saqué una vez en la galería de Tigre. Seguro usaría un collar largo con esa blusa.

Se me complicó imaginar manos más viejas. No quise hacerle retoques a las manos de mamá. Me dije no importa que se note. Me gustaban sus manos, y tengo de ellas un recuerdo tan nítido que no quiero contaminarlo.

Y después no quise, en realidad, imaginar la escena, ni pensarla, porque me gustó esa imagen de ella, y me pareció más real que si la hacía hablar y la convertía en algo extraño. No logro imaginar una charla con mamá teniendo yo esta edad que tengo. En realidad, no es que no la puedo imaginar. Puedo pensar mil preguntas para hacerle, pero las respuestas me son esquivas. Y, la verdad, no tengo idea de cómo sería nuestra relación hoy. La quiero imaginar buena, pero eso es tan poco preciso que no alcanza.

Entonces la hice caminar al sol, imaginé su sonrisa, escuché cómo reía. Con eso me quedé contenta.

Después, en el asado familiar anti-encierro que hacemos los domingos en Moldes, Ernesto preguntó si podía hacer preguntas sobre mamá. El Pancho dijo claro y después dijo hagan más preguntas. Cómo se habían conocido, cuándo se mudaron juntos, el primer departamento.

Mamá hubiese cumplido 77 años ayer, y pensamos, aunque no quisimos pensarlo mucho porque da miedo, que dentro de tres años le festejamos a Hila sus 50, aunque a él le interese poco, y al Pancho sus 80.

El sábado saludé por whatsapp al Hormi. A tía Riri por chat de Facebook.

El Hormi vivía en Rodeo cuando yo me instalé allá. Pero solamente pasó un invierno, ese primero para mí, porque normalmente se iba a Venezuela, buscando el viento eterno, el verano interminable. Recuerdo tomar ron en su cumpleaños en la playa, un día sin viento, o con poco viento, un sol implacable, y el ron, sobre todo el ron, que me hizo sonreír los casi ocho kilómetros de caminata de vuelta a mi casa de adobe, y seguir sonriendo cuando a la noche me preparé un sándwich, sin prender la salamandra, y me fui a dormir todavía atontada por la bebida y el sol y el primer cumpleaños en el que no me sentía la extranjera.

Les mandé mensajes a Ale y Eli, hoy. En un momento registré que estos dos amigos tan jóvenes tienen niños, Ema y Balta, y lo escribo y me río un poco, porque los recuerdos de ellos más fuertes son de ellos sin niños. Porque Ema nació cuando yo no vivía en Buenos Aires, y porque Balta nació cuando Ale ya vivía en Tandil. Conozco a los dos niños, pero apenas.

Hubo un cumpleaños de Ale. Era de noche, en un boliche, yo tenía 25 años. Y ella, ella debía cumplir unos 17, no lo sé, pero todavía no había terminado el colegio secundario. Me citaron en este boliche, y este boliche, del que no me habían dado el nombre, sólo la dirección, era el C.O.D.O., un antro al que yo había ido, quizás con la misma edad que ella y sus amigas, hacía años, y al que no había vuelto. Ale me presentó: es la hija de Antonio, tiene  25 años, ¿viste que no los parece para nada? Eso dijo Ale. Recuerdo volver a casa esa noche pensando que la entendía, que para ella yo estaba llegando a la edad en la que todo termina. Que yo, a la edad de ella, también pensaba que los 25 era edad de gente grande.

De Eli no tengo recuerdos de cumpleaños. Será que nunca me invitó. Se me acaba de ocurrir eso, así que se lo voy a echar en cara. Seguro tiene una buena excusa. O una respuesta de esas típicas de él, ligeramente sociopática.

No estuve, tampoco, en ningún cumpleaños de Lilian. Es curioso, porque hace años que la conozco, pero a ella la ubico en lugares muy precisos. En la 22, cuando era la novia nueva de Ernesto L, y en Tinogasta, en esa casa maravillosa que tiene. Tía Riri, así le digo cuando hablo de ella, compite con tía Marta y tía Conga, y también conmigo, en cantidad de horas de caminata y movimiento cuando se conoce un lugar nuevo. Es excelente guía, pero si uno no está entrenado, no podrá apreciarlo como corresponde. Tía Riri tiene fetiches parecidos a los míos. La montaña, eso de lijar y pintar, lo de hacer miles de kilómetros para ir a ver una laguna, los perros descarados y leales, la lectura en una buena galería rodeada de plantas.

Anoto en la agenda:
Ir a casa de tía Riri en cuanto mi presencia no sea un potencial peligro para su salud.
Ir a Tandil. Puedo pasar de ida a Mar del Sur, quedarme una noche, charlar con Ale hasta el amanecer, seguir de largo hacia el mar.
Pasar por la Escuela de Cine a llevarle a Eli las millones de diapositivas que le prometí, y de paso mirarlo cuando pone cara de nada mientras enuncia alguna frase que nadie consideraría siquiera mínimamente civilizada.
Decirle al Hormi, la próxima vez que viaje a Rodeo, que vaya él también, así hacemos de cuenta, por unas horas, que el DeLorean nos llevó a 2013. O no. Simplemente a navegar, y después tomarnos un ron.

No son malos planes. Son buenos de veras. Y, lo mejor: son absolutamente posibles. Fecha indeterminada. Pero posibles.


Y otro plan: por ahora, el blog se toma vacaciones. Si durarán tres días, o quince, o si volverán alguna vez, todavía es incierto. Es que estoy recalculando.





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