jueves, 26 de marzo de 2020

Días anteriores



El sol pega tan duro como siempre. Camino hacia el dique y noto cómo arrugo toda la cara para evitar el resplandor. Ese resplandor que es, en realidad, una de las maravillas de este lugar.  
El viento, el agua, el sol. Hay todo eso.
Sonrío. Cuando me levanto, cuando camino, cuando me meto al agua. Cuando me voy a dormir.
Las vacaciones perfectas.


Dice que soy su amiga. Ya no me parece tan joven. Acaso yo no sea tan vieja. Ya no me dan ganas de darle de comer. Ya no sé si quiero ser su amiga. No es eso: quiero ser su amiga. Pasa que también quiero ser algo más. Y ahí es donde todo termina. Porque no hay algo más posible.
¿Amigos con derechos? Una estupidez para disfrazar el hecho de que me quiero acostar con él y además seguir siendo amigos, así como somos ahora, que su mirada siga siendo la misma a pesar de. Imposible. Así que lo miro y me sonrío. Y no muevo un dedo. Porque su mirada sigue siendo bella. Porque él siempre lo fue.  


Continuamos una conversación que empezó hace siete años. Ella le preguntaba a otros, cuando todavía no había empezado ¿qué onda esta María? Ahora a veces me dice Mary, a veces María, a veces Santis. Y no importa cómo me llame. Siento que soy como un perro. Escucho el sonido de su voz, un timbre que me llama.
Ella es una de mis dos Margaritas. Y las dos pertenecen a la lista de “cosas que debo haber hecho bien en la vida”.


Voy a tener que volver a la ciudad.


Camino por el mismo camino que hace siete años me quitaba el aliento. Descubro, con un placer casi obsceno, que me sigue quitando el aliento. Conozco cada uno de los recovecos. No me perdería. Hasta podría decir ahí, en dos metros más, aparece la roca que tiene cabeza de basilisco, y no errar siquiera por centímetros. Lo cotidiano no siempre es insulso.


Qué sentido tiene ir a la ciudad infestada de bacterias, de todas las enfermedades y mugres del mundo cuando uno puede quedarse en las montañas, donde no hay “superficies”. Sólo tierra, rocas, ripio, agua. 


Ella me dice podemos instalar el tema. Nos reímos mientras tomamos vino y miramos las estrellas tiradas en un colchón, con su niña mirando, también, a través de un catalejo que se inventó con el tubo de cartón de los rollos de cocina.
Nos reímos porque es una pendejada. Porque nos encanta estar hablando de hacer las cosas como las hacíamos cuando teníamos 15 años. Porque es mucho más fácil. Porque nada de todo lo demás nos haría sentir así.


No habría diferencia en realidad. Sería la misma vida. Sólo que con este sol, y con el aire limpio. Y con todo el Cerro Negro para salir a caminar. Seríamos como los miembros de una misma familia. Más metros de los que necesitamos para mantenernos limpios. Mejor quedarse


Hay pocos momentos en los que mi cuerpo y mi cabeza van al mismo tiempo. En los que los dos sienten felicidad. En los que los golpes son solamente una muestra maravillosa de estar viva y el dolor un recordatorio que puede durar días. Ver el moretón y reírse. No quejarse por los dedos del pie roto, o la rodilla cada vez más cansada.

….

Y qué hago con mi cabeza. Qué hago todo ese tiempo pensando no puedo volver. Van a prohibir la circulación. Lo sé. ¿Cómo haré para no convertirme en una peor versión de mí misma? ¿Cuántas veces los voy a llamar para decirles no salgan que es peligroso? ¿Cuántas veces me voy a irritar cuando me entere de que salieron? ¿Cómo voy a hacer para controlarlo todo?


Luna llena. Hace poco, muy poco, le mostré mi culo a la luna llena. No en un lugar como este. No era la montaña, la amplitud desmesurada, la ausencia de gente. Era en la parte de arriba de un viaducto. Con autos pasando por debajo de nuestros pies. Con autos pasando frente a nosotras. Con edificios a los costados. No había gente en la calle. Pero seguramente alguien miraba por alguna ventana. Ella me dijo pedí un deseo. Y las dos nos pusimos de culo a la luna y nos bajamos los pantalones.
Pienso en hacer lo mismo. Pero decido que es un deseo por vez. Y todavía no se ha cumplido el de aquella noche en Madrid.


Si allá tampoco voy a poder controlarlo. Va a ser lo mismo.


Veo el amanecer. He visto pocos en este lugar. Salgo de la cabaña. Miro hasta que el sol aparece detrás de la pre-cordillera. Entonces no lo miro de frente, es demasiado duro para mis ojos de recién levantada. Miro los álamos, miro el color que tienen a esta hora. Saco una foto. Para postear en Instagram. Pero después no posteo nada. Es sólo un intento fútil (como tantos otros) de retener el momento para siempre.


Lo que no va a ser lo mismo es mi cabeza. Lo sé desde hace tantos días que me quiero pegar como Edward Norton en The Fight Club. Darme una buena piña por no concederle a mi cabeza su lugar. Es un lugar de mierda. Pero es en el que funciona.

El bus sale para la ciudad a las 20.30. Mañana buscaré a Niqui por lo de Ayelén. Iré al supermercado. Iré a la verdulería. Ya tengo la lista hecha en las notas del celular. La releo, agrego cosas. La ordeno. Primero el supermercado, me digo. Entonces vuelvo a ordenar la lista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario