jueves, 26 de marzo de 2020

Día 6


Por eso las voy a poner en el blog. No solamente porque me lo pidió Maggie.

Para mirarnos, alguna vez.

O para que me vean.

Por narcicismo.

Por exhibicionismo.

Y mientras, trataré de que los textos no estén tan mal escritos.

Y en una de esas logro escribir alguna idea no tan huevona. Ni tan evidente. Pero no creo que eso suceda. En general, lo que uno piensa a lo largo de un día no sale de la huevonada y la evidencia.

Ayer llovió.

Hoy está nublado.

Ya no me duele el hombro.

Y me paso horas, literalmente, un montón de horas para diseñar una vaina que no me resulta atractiva ni a mí misma.

“¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?”

Con lo contenta que podría estar leyendo y haciendo nada más que leer, o escribir sin pensar en el otro…

Porque acá encerrada, que es el tesoro al final del arcoíris, descubro que no puedo dejar de pensar en el otro.  Que es más fácil ignorarlos cuando están. Que los miro, a algunos incluso los veo, que sus afanes son espejo de los míos. Que sus vidas son en la mía el aleteo de la mariposa, o el tsunami al otro lado del mundo. Pero ahí andan, siempre.

Para combatir la soledad. O para engañar la evidencia de soledad.

Al final, es como el anillo de Sauron. Para atraerlos.


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