Acá estoy, sintiendo en
la cara el viento. Oeste, Noroeste.
Lo siento porque abrí
la ventana. Es un viento seco y helado y estoy tomando un poco de frío. Pero en
este momento viene bien.
Siempre son momentos.
Pero como que están ralentizados en estos tiempos de encierro.
Escucho la banda sonora
de Motherless Brooklyn.
Hay sol afuera y el
cielo está del mismo azul celeste de siempre, con unas nubes algodonosas y
blanquísimas que pasan rápido por la ventana.
Los momentos del
encierro…
Estoy muy atenta al
crecimiento de mi pelo en todas direcciones. También al color, tanto más
oscuro, del original, y eso que yo creía que me teñía de mi color. A las canas,
que parecen muchas pero quizás no sean tantas.
A las plantas de mi
terraza.
Al clima. Siempre lo
miro. Siempre estoy pendiente de la dirección del viento, de los cambios de
temperatura derivados de esos vientos. O de las nubes que impiden el calor del
sol.
A los ruidos que
producen mis vecinos, a los intercambios entre ellos.
A los pocos camiones
que pasan por la vereda –imagino que son camiones, porque suenan a grandes
motores en grandes carrocerías.
Muchas de esas actividades
que hoy realizo con tiempo suelen ser aquellas a las que les quito atención
durante la vida cotidiana de antes. A las que me saco de encima cuanto antes,
mejor.
Me saco de encima la
compra volviendo del laburo. Me saco de encima la comida con una ensalada
pedorra. Todo eso rápido y apurada y con fastidio.
Hay cosas que,
simplemente, no me gusta hacer. Más allá de limpiar, que detesto, soy de las
que no encuentran placer en cocinar. Tampoco, estrictamente hablando, en hacer
compras. Me saco de encima esas actividades porque no me gustan. Me gusta tener
la casa limpia. Me gusta comer algo más que un tomate con una palta. No más.
Escucho esta banda de
sonido de Motherless Brooklyn. La vi
en el cine. Porque Lethem y Edward Norton eran una combinación irresistible
para mí.
Ayer hablábamos con
Ernesto de la música en los tiempos anteriores a Internet. De por quién y cómo
uno llegaba a conocer bandas que no sonaban en la radio.
De la emoción de
comprarse un disco y ponerlo en el equipo, ni bien uno llegaba a su cuarto, y
escucharlo entero en ese momento, sin hacer más que escucharlo. Después ese
disco sonaba a todo volumen durante muchos días.
De absorber toda
información que uno pudiera encontrar. En revistas, en los canales de música.
En la radio.
De cómo alguien nos
gustaba más si ese alguien escuchaba y buscaba y tenía música o datos sobre las
bandas, sobre las influencias de esas bandas.
De cómo sabíamos los
nombres de todos los integrantes, quién cantaba, quién estaba en el bajo,
porque los leíamos en los libritos de los CDs, o en los desplegables esos que
venían con los cassettes.
De cuando llegué a Musimundo
a comprarle a mi viejo el CD de Tom Waits, Mule
variations, y de cómo el vendedor quiso hacer gala de conocimientos con una
mina a la que seguramente se quería levantar, y me dio un montón de datos de
Tom Waits, y yo, que en lugar de conmoverme o emocionarme (cosa que me hubiese
sucedido si me hubiese dado información desconocida), me fastidié con su
arrogancia y le di más datos, y pobrecito se quedó mustio el muchacho, y
seguramente odiándome porque fui más arrogante que él.
A mí me gustaban más
los chicos que amaban la música. Y sabía que los amantes de la música gustaban
más de mí que de otras a las que no les gustara.
Ya no es un valor
agregado.
Y ya no hay emoción al
comprar un disco.
Pero en cambio,
encerrada, le dedico ese tiempo que normalmente no tengo, a buscar música, como
hace años no hacía.
Y me alegro,
inesperadamente, al descubrir que al menos he recuperado esa parte de mí misma.
Porque después, todos
esos momentos que desacelero porque el tiempo parece eterno, como cocinar,
limpiar, y comprar, siguen siendo igual de aburridos.
Y encima el tiempo no
es eterno. Ni siquiera ahora, que se le parece tanto.
Pero en cambio la
música sí lo es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario